Los líderes de las comunidades que desarrollan proyectos REDD+ en sus exuberantes territorios cuentan cómo convirtieron la conservación en una forma de progreso.
En las selvas del Pacífico, agobiadas por el olvido estatal y el conflicto, las comunidades afro e indígenas se la juegan por hacer de la protección del medioambiente una forma de sustento alrededor de los proyectos de manejo forestal comunitario como Redd+, desarrollados con el apoyo de Fondo Acción y la cooperación del gobierno de los Estados Unidos.
Las comunidades esperan vender certificados de carbono producto de la reducción de la deforestación y degradación de sus bosques. Así mismo, a través del desarrollo de los proyectos Redd+ han logrado reforzar su identidad cultural y fortalecer sus sistemas de gobierno. Estas son sus historias:
Desde antes de trabajar con un proyecto REDD+, en los Consejos Comunitarios de Acapa y Bajo Mira-Frontera ya existían planes para cambiar sus comportamientos y proteger la naturaleza. Se sentían ricos en recursos hasta que los ríos comenzaron a secarse, la erosión cerca al mar se agravó y cada vez se atrapaban menos peces en las rutas usuales de los pescadores.
“Si seguíamos así, no tendríamos comunidad mañana”, cuenta Dalila España, líder comunitaria de la zona.
Además de la protección de los recursos, estos dos Consejos Comunitarios han mejorado su capacidad de trabajar en equipo, así como sus condiciones de vida. Los árboles que talaban como forma de sustento, cada vez eran más escasos y más lejanos, y no daban la retribución suficiente para ver mejoras en educación, salud e infraestructura. Fue por eso que dieron un giro hacia la siembra de cacao, producto que también distribuyen y transforman y que les permite tener control sobre la actividad económica. Se convirtió en una forma sostenible y rentable de vida.
En una región como Tumaco, las comunidades también han tenido que aprender a proteger su vida.
“Hay un empoderamiento y una reapropiación de nuestra identidad ancestral. Nuestros antepasados sabían que la tierra debe descansar. Hoy, estamos aplicando esas enseñanzas para proteger el territorio, que es nuestra historia”, cuenta Dalila.
Gracias a diferentes iniciativas impulsadas alrededor de proyectos REDD+, la comunidad tiene ahora muchas más herramientas para luchar por las futuras generaciones y mantener intacto el legado de sus mayores.
La comunidad está convencida de que podrá marcar la diferencia forjando un plan de vida común que busca aumentar la inversión social, en vías y servicios públicos, por sus propios medios.
“En el Golfo de Urabá convivimos con muchas secuelas de una violencia que todavía nos golpea a diario. Sin embargo, sin nuestras tierras no somos emberas, así que luchamos para que entiendan que el indígena existe. Hoy estamos menos dispersos, estamos unidos para apoyar a nuestros líderes, para capacitarlos y defenderlos”, asegura Jhon Jairo.
Para estas comunidades cercanas a Buenaventura, su proyecto REDD+ es, además, una plataforma para sistematizar el trabajo que los consejos comunitarios siempre han hecho.
“Nuestro objetivo es detener la fuga de la gente a las ciudades, que tengan en el territorio opciones rentables para quedarse”, dice Bernardo Orobio, líder comunitario de la región. “Esta es gente resiliente que ha sido más fuerte que la violencia, las retroexcavadoras y el narcotráfico. Queremos acabar con las
Los retos son muchos, pero Fernando está confiado de que van por el camino correcto: “Todavía tenemos mucho por hacer, especialmente en gobernabilidad. Debemos creer en el liderazgo interno. Invertir en estos bonos no es solo una forma de compensar la huella de carbono, sino de permitir que las familias dedicadas a la tala dejen de lado esta actividad y se comprometan a mitigar el cambio climático”.